lunes, 25 de septiembre de 2017

Sabra y Chatila

Hace 35 años se produjo una matanza equiparable, en cuanto a número de muertos, a la de las Torres Gemelas, pero no se habla ya mucho de ella. No era gente glamurosa ni vestían a la última moda. No habitaban en barrios elegantes y sus vidas tampoco le importaban a casi nadie.

Esa matanza se produjo durante los días 15, 16 y 17 de septiembre de 1982, en Sabra y Chatila, dos campamentos de las Naciones Unidas donde malvivían refugiados palestinos a las afueras de Beirut, al suroeste de la ciudad. Estos dos campos -como resultado de la invasión israelí del Libano y de la posterior evacuación de las tropas de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) convenida entre las partes, con la intervención de los EEUU de Norteamérica- quedaron bajo control y jurisdicción del Ejército de Israel, el cual, moral y jurídicamente, era responsable y garante de la vida de sus moradores, de acuerdo con las Convenciones Internacionales respectivas.

De lo que sucedió puede hacerse una idea leyendo el libro de Teresa Aranguren Amézola, Palestina, el hilo de la memoria, publicado en la editorial Barataria en 2012 (originalmente en Caballo de Troya, 2004):

El despliegue del ejército israelí en los barrios occidentales de la ciudad empezó en la madrugada del miércoles 15 de septiembre, horas después del atentado contra Bachir Gemayel. A primeras horas de la tarde del jueves los tanques israelíes ya controlaban totalmente Beirut Oeste y tenían cercados los campamentos de Sabra y Chatila. El puesto de mando estaba en la azotea de un edificio de siete plantas, junto a la embajada de Kuwait, a 200 metros de la entrada a Chatila.

El general Drori se comunicó por teléfono con el Ministro de Defensa, Ariel Sharon: Nuestros amigos están entrando en los campamentos.

La respuesta de Sharon fue escueta: Felicitaciones.

La matanza comenzó en torno a las seis de la tarde.

LAS MATANZAS

Desde la casa de Umm Ahmed Farhat se veían los carros israelíes y el movimiento de hombres armados en las colinas. El día anterior, temiendo que los israelíes se los llevasen, habían decidido enviar a los dos hijos mayores, Ahmed y Muhamad, a la casa de unos parientes en el centro de la ciudad. En Chatila quedaron el matrimonio, las hijas y los hijos varones de menor edad. Laila la más pequeña aún no había cumplido el año, Sami tenía dos, Farid seis, Bassem trece, Suad y Salwa, las mayores, tenían 15 y 17 años. No había luz en todo Beirut Oeste pero las calles de los campamentos permanecían iluminadas por las bengalas que lanzaba el ejército israelí.
 
Habíamos acostado a los más pequeños en el sótano porque había habido bombardeos y los aviones no habían dejado de volar sobre el campamento. Los demás nos quedamos en la planta baja. Hacia las cinco de la mañana un grupo de hombres armados entró en la casa. Nos dijeron que teníamos que salir fuera. Estábamos en pijama. Yo llevaba a mi hijo Sami en brazos y Salwa cogio a Laila, la más pequeña.

Cuando estábamos fuera le preguntaron a mi marido de donde era. Él les dijo que éramos palestinos y que él trabajaba reparando teléfonos…Nos dijeron que nos pusiéramos en fila mirando a la pared y que no volviéramos la cabeza ni a la derecha ni a la izquierda. Entonces comenzaron a disparar. Escuché a mi hijo Sami decir Baba (papá) justo un momento antes de que su cabeza estallase en mis brazos. Yo recibí varios disparos en la espalda y perdí el conocimiento.

Cuando desperté, los hombres se habían ido, Salwa mi hija mayor estaba herida pero podía moverse, me ayudó a incorporarme. Suad tenía varios tiros en la espalda, sangraba mucho y no podía moverse, se ha quedado paralítica… mi marido estaba muerto y Layla y Sami y Farid y Bassem… todos muertos.


Dos días y dos noches duró la carnicería. Durante dos días y dos noches las gentes de Sabra y Chatila murieron a golpes de hacha o de machete o acribillados a tiros o reventados con granadas o sepultados bajo los escombros de las casas demolidas por las excavadoras, tres grandes excavadoras cedidas por el ejército israelí a los falangistas, con sus habitantes dentro. Durante dos días y dos noches los que intentaron huir de la matanza fueron obligados a volver atrás, por el ejército israelí.

El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenó las matanzas con la resolución 521 del 19 de septiembre de 1982, seguida con una resolución de la Asamblea General del 16 de diciembre de 1982, calificando los hechos como acto de genocidio. Quien fue considerado personalmente responsable de este crimen, el entonces ministro de Defensa israelí Ariel Sharon, así como sus subordinados y las personas que llevaron a cabo las masacres jamás han sido perseguidas ni juzgadas por los asesinatos cometidos, en su mayoría de ancianos, mujeres y niños, que, según la procedencia de la información, varía entre los 1.500 y los 3.000 muertos. En su furia asesina los criminales no respetaron ni a los animales domésticos y con idéntica saña ametrallaron a caballos y a perros. Posteriormente derrumbaron muchas viviendas para sepultar a las víctimas entre los escombros.

También nos hablan de ello Jacques-Marie Bourget y Marc Simon, periodistas que estaban allí mismo durante la masacre

La barbarie humana va in crescendo en medio de estos cuerpos. Unos hombres han sido emasculados. Las huellas sobre sus cuerpos demuestran que los han arrastrado con los pies y las manos atados. Al llegar aquí estábamos preparados para descubrir cadáveres. El periodista es el contable de la muerte de los demás. Los carniceros han asesinado con cuchillos, violado. Aquí le han cortado los senos a una madre. Los adolescentes mueren a balazos. Un bebé ha sido aplastado a martillazos, a pedradas o a culatazos. Una pared con impactos demuestra que se ha fusilado a varios hombres. Los cuerpos se hinchan con el calor. Continúa lo increíble … Han destripado a una mujer embarazada, a un niño pequeño lo han cortado en dos y un jirón de carne todavía contiene la otra mitad del cuerpo. Una anciana ha muerto de pie, sujeta por su ropa en las púas de un alambre de espino, colgada como un Cristo sin cruz. Después aparecen dos montañas de cuerpos de niños. Se ha separado a las niñas de los niños. Les han abierto la cabeza a hachazos. Ha tenido lugar una limpieza étnica… Torturados, despedazados, destrozados.

El pasado día 17 de septiembre, entonces, visitamos el monumento que recuerda tales hechos. Había pasado ya el momento del homenaje (mi ley de Murphy es enterarme tarde de este tipo de cosas) pero aún estaban las coronas de flores depositadas en el mismo razonablemente frescas, junto a velas y cintas.



El monumento se encuentra cerca de la plaza de la embajada de Kuwait, más o menos por aquí (nadie se ha preocupado de mandar un coche google a la zona, me temo) pero no  está señalado ni nada parecido. Hay que estar muy atenta a la entrada, porque la calle principal siempre está llena de puestos de venta (ropa, pollos, frutas, gafas, dulces, chismes varios) y ocultan la entrada.



Justo al entrar, en un recinto amplio y vacío, hay dos tipos pidiendo limosna. Son dos libaneses, seguramente más jóvenes de lo que aparentan, que están vestidos con unas ajadas ropas de camuflaje y da la sensación de que viven ahí normalmente, a juzgar por el tenderete que tienen montado. Intenté hablar con ellos, pero no conseguí que me contaran mucho de sí mismos. 

El aire del lugar no es solemne, al contrario, tiene un aspecto algo descuidado (a pesar que se veía extrañamente limpio, seguro que para la ocasión), pero tal vez de esta manera se hace más dolorosa la visita, porque refleja a la perfección el olvido en el que viven estas personas, que ya no son sólo de Palestina, también hay muchísimas de Siria, libanesas y de los países habituales que proveen de trabajadoras domésticas a la sociedad beirutí.

A esa tristeza (y rabia también) contribuyen las imágenes de la masacre que están visibles en grandes carteles, junto a otras de otras masacres producidas en Líbano con el mismo origen.





Un lugar que no podemos olvidar, sobre todo porque nadie aún ha pasado por los tribunales después de 35 años. Muertes que valen y muertes que se desprecian.

Viva la lucha del pueblo de Palestina

Para saber más:

viernes, 8 de septiembre de 2017

Mujeres del Líbano, 01

Me interesa contar las historias cotidianas de las mujeres de esta parte del mundo en la que ahora vivo, pero me resulta complicado y no sé muy bien por dónde empezar, porque aquí hay una variedad de cotidianeidades femeninas tremendamente dispares y es necesario conocer todas ellas para hacerse una idea de lo que es este lugar.

Así que empiezo por las primeras impresiones que he tenido.

Aquí he encontrado mujeres muy cultas, educadas en colegios de élite y con abundantes recursos económicos, que viven por y para ornamentar a sus maridos proveedores (normalmente ricos empresarios del sector servicios, aunque no esté muy claro qué clase de servicio prestan a la sociedad). Son mujeres que han aceptado gustosas perder su apellido de origen y que piden a sus amos y señores anillos de oro y diamantes, como regalo merecido por su dedicación a la causa del hogar. Conducen coches importados carísimos, tipo todoterreno enorme y casi blindado, porque sienten cierto desdén por las normas de tráfico y es frecuente que tengan accidentes con las motos y furgonetas llenas de gente, que intentan abrirse paso por todas partes, o con otros coches tan potentes y caros como los que ellas tienen; accidentes de los que salen naturalmente ilesas gracias a las máquinas que conducen. A estas mujeres no les son ajenas operaciones periódicas de cirugía estética y larguísimas sesiones semanales de peluquería y manicura, además del gimnasio. Por supuesto, siempre están perfectamente maquilladas para cada ocasión y sus modales exquisitos alcanzan los detalles más nimios de su vida cotidiana, de esos que ni te figuras que tienen regulación establecida y, además, te pones en evidencia si no la sabes.

 

Otras mujeres, en cambio, se han forjado una vida profesional plena y exitosa con la ayuda, eso sí, de lo aquí consideran esos servicios que en Europa ya no se encuentran por un precio razonable, es decir, una cohorte de servidoras y servidores que van desde una o varias empleadas domésticas internas hasta chóferes privados con jornadas indefinidas, por unos salarios irrisorios y un cuartucho de escobas para dormir, en el mejor de los casos. Suelen tener a sus churumbeles en manos de esas otras mujeres venidas en su mayoría de Sri Lanka, Filipinas, Etiopía o Somalia, a las que se las ve caminar un paso por detrás de las señoras, con los peques montados a sus caderas -porque aquí hay muy pocos espacios para ir con sillitas de paseo- y es más cómodo cargar a cuestas con ellos. Por supuesto, esto no puede hacerse si se usan tacones de 10 cm de alto o más y se quiere mantener el peinado dignamente. En este artículo de Natalia Sancha hay más info sobre cuestiones a la que yo no he podido llegar.

Ciertamente aquí las mujeres trabajan mucho en cualquiera de los ámbitos que se mire. Pienso en una que veo siempre, pase a la hora que pase por delante de la puerta de su taller de arreglos y composturas. Trabaja tanto tiempo ahí que hasta come y cena en él. Es un espacio pequeño, de unos 8 m2, con una mesa para cortar tela y una máquina de coser tan antigua que ha perdido los dorados característicos y sólo puede leerse Gritzner en los hierros de las patas. A veces he parado para encargarle un dobladillo o quitar el cuello de una camisa y resulta que he salido con una kibbeh en la mano, porque las tenía ahí preparadas para ella y el olor delicioso de las especias se notaba tanto, que era imposible no decir sahtín! (nuestro qué aproveche) y, claro, la invitación es inmediata. Del probador, mal tapado con una cortinilla, sube una escalera hacia una especie de cuartito del que sale mucho bullicio. Es el doblao en el que vive con sus hijos y que se ventila por la puerta del taller... No sabe nada de su marido desde que salieron de Siria, pero se considera muy afortunada porque ha podido abrir este negocio y vivir de lo que gana con los arreglos de ropa que hace. Suele decir que cuando se levantan tienen un vestido que ponerse, agua corriente y algo que comer...


También puedo citar a otra mujer, socióloga, que habla cuatro fluidamente idiomas: kurdo, turco, árabe clásico y levantino (viene a ser como hablar latín y castellano) y bastante inglés. Como es refugiada siria, no tiene derecho a trabajar legalmente en el Líbano, pero se gana la vida colaborando con una organización internacional a cambio de una ayuda económica. Su tarea consiste en vigilar que los profesores de la escuela primaria en la que la han destinado, no peguen ni discriminen a los peques sirios que estudian en ella, atender las quejas que se producen y actuar de mediadora entre la organización, la escuela y las víctimas. Esta mujer también se considera afortunada porque ella y su familia (de origen y de creación) han podido llegar hasta aquí, sin separarse y vivir juntos en un minúsculo piso bajo, húmedo y oscuro, por el que pagan 400$ al mes, toda una fortuna para gente que debe buscarse la vida sin apoyos legales ni sociales. Ella tiene a la suegra casi inmóvil, por culpa una trombosis que no puede tratarse porque carecen de dinero suficiente, y actúa de cuidadora a medias con el suegro (un yayo musulmán practicante, al que no le duelen prendas lavar, peinar y asear a su mujer cuando es necesario). Esta socióloga suele decir que para que las mujeres puedan ser libres de verdad lo primero que necesitan es Educación y que ella siempre va a estar ahí para poner en práctica esta máxima de su vida. Me encanta dialogar con ella porque escucha, analiza y hace las críticas necesarias desde la razón, manteniendo su fe apartada. Con ella estoy aprendiendo de veras, nunca intenta convencer, ni se considera en posesión de la verdad. Estamos asimilando mucho cada una de la otra sobre nuestras culturas, contextos sociales y vidas antes de conocernos aquí. Ahí, en su cuartito de estar-dormitorio-cocina (todo a la vez) sentadas junto al camastro de su suegra, en uno de los barrios más desfavorecidos de esta ciudad,  se nos pasan las horas enlazando nuestros pensamientos y sentimientos... ¡claro que también comiendo los calabacines rellenos, kusa mahasi, que prepara maravillosamente!

Hay mujeres que son verdaderas luchadoras, que intentan vivir como consideran correcto según las normas sociales imperantes que han aprendido, pero a la vez se dan cuenta la jaula que esto supone para ellas. Se ha estado representando una obra de teatro con mucho éxito que se llama así, Kafas (La jaula), que habla precisamente de esto, de lo qué piensan y dicen las mujeres en un espacio de libertad (la sala de espera de una ginecóloga, es decir, sin hombres) sobre toda esa presión que ejerce sobre ellas una sociedad con dieciocho religiones oficiales (y casi otras tantas no reconocidas) dando la tabarra todas a la vez para imponer su visión patriarcal, machista y neoliberal en todos los aspectos de la vida cotidiana. Aun así, hay mujeres que luchan por romper esos esquemas y se implican en actividades que para una parte significativa de la población son impensables, como participar en movimientos sociales en favor de refugiados o del medio ambiente. Todo ello mientras sobreviven con unos empleos muy mal pagados, sacando tiempo además para estudiar en la universidad y ser cuidadoras de sus familias. En este colectivo he conocido dos modelos de mujer principales: unas, las que cuestionan los puntos oscuros de las religiones que profesan y otras que no rechazan la versión patriarcal que las oprime, a pesar de que en su vida cotidiana han roto ya muchas ataduras que esa misma religión les impone, de modo que han renunciado al matrimonio y los hijos para poder vivir independientes o trabajan en profesiones consideradas tradicionalmente masculinas (el taxi, el ejército o el comercio exterior) porque hay que llevar un salario a casa, para colaborar con el mantenimiento de los padres sin pensiones de jubilación (no hay de eso aquí).



Hay muchas mujeres totalmente invisibles a la sociedad. Estas mujeres de Etiopía, Sri Lanka, Somalia, India, Filipinas, Bangladesh o Nepal están sujetas a un orden jurídico que se llama Kafala, porque el gobierno libanés aún no ha ratificado aún el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo y no ha abolido este sistema de esclavitud moderna, que consiste en someterse al patrocinio de un ciudadano libanés o una agencia de colocación, también libanesa, para poder trabajar aquí. El patrocinador controla las condiciones de trabajo de estas mujeres, su movilidad, su salario y sus documentos legales, es decir, nada de convenios colectivos o regulación de mínimos. Si surge un conflicto irreconciliable entre las dos partes, ellas pueden perder su estatus legal aquí y ser deportadas a sus países de origen. Lo normal es que las familias a las que sirven les retengan los pasaportes, vaya-a-ser-que-roben-algo.

A pesar de ejercen a la vez de limpiadoras, amas de llaves, cocineras, niñeras, cuidadoras de ancianos, auxiliares sanitarias, jardineras, paseadoras de perros (a veces, se las ve llevando en brazos a los chuchos cuando los sacan por ahí) incluso de peluqueras étnicas, que mola mucho llevar trencitas hechas por una nativa, los amos suelen considerar que estas tareas domésticas no son tan agotadoras como los empleos de verdad y, por lo tanto, no necesitan un número mínimo de horas diarias de descanso. No es raro que duerman a lo más unas 4 horas, y no siempre continuadas, en esos cuartuchos de escobas que aquí llaman la habitación de la doncella (he traducido malamente algunos párrafos de este texto, que son particularmente brillantes y que ilustran de la mejor manera posible la situación de estas mujeres). Su salario depende sobre todo de su nacionalidad, lo mismo que el precio del jamón depende de la raza de cerdo del que procede y se lo pueden retener si el patrocinador lo considera oportuno. No cito nada de los abusos que suelen sufrir en los domicilios donde trabajan: violaciones, malnutrición, violencia verbal, psicológica y física. Hasta he llegado a ver en un restaurante cómo los señores hacían un murete con las cartas del menú sobre la mesa (como un castillo de naipes) entre ellos y el sitio de la maid, sentadita ahí sola en el otro extremo, para marcar bien el espacio entre ambos. Últimamente estas mujeres han reunido fuerzas y han empezado una serie de movilizaciones en la calle para intentar que se elimine este horrible sistema de la Kafala, pero la respuesta gubernamental ha sido patética: detención y deportación de la nepalí que ha encabezado las protestas. Esto sucedió justo el pasado 10 de diciembre de 2016, día internacional de los Derechos Humanos .

Me gustaría pensar que este texto permite hacerse una idea aproximada de la vida cotidiana de las mujeres aquí. Por supuesto no están todas, hay muchas más que iré describiendo a medida que las conozca mejor.

Y hay material, ya lo creo que sí.

jueves, 7 de septiembre de 2017

En una clase de inglés

Ayer vi en el feisbuk un vídeo del Intermedio que me dejó impactada porque demuestra la falta de conocimientos que padece mucha gente de menos de 25 años y de alguna manera, el innegable auge del fascismo en España.

No encuentro el enlace así que lo cuento: se trataba de una encuesta en una calle peatonal de Madrid (podría ser Preciados, Arenal o Fuencarral) en la que a gente de unos veinte años se les hacen preguntas como ¿quien escribió El Capital? o ¿cómo empieza La Internacional? con cuatro respuesta posibles. Todos los encuestados, excepto uno, no tenían ni idea de las respuestas correctas y, lo que es más grave, en la pregunta sobre La Internacional, las pistas eran las primeras palabras de distintas canciones e himnos, entre los que se encontraba el temible Cara al sol. Bien, pues bastantes lo señalaron como correcto y hubo varios que lo cantaron con mucha soltura, lo cual me hace pensar que lo cantan a menudo.

Pues justo ayer también acudí a una clase de inglés (hace mucha falta aquí, la gente habla inglés con mucha fluidez y hay que estar en aprendizaje contínuo) en la que nos propusieron el siguiente juego: dibujar un esquema con nuestro nombre en el centro y rodearlo de seis nubes con palabras que expresaran algo de nosotros, para iniciar una conversación. En una de mis nubes escribí trade union, o sea, sindicato en inglés.

Fue demoledor el momento en que se puso de manifiesto que nadie de la clase (y éramos 14 personas) sabía el significado de tales palabras, tanto la traducción a sus idiomas nativos como el mismo concepto de sindicato (bueno, en este caso debo decir que sí había dos personas que sabían lo que es un sindicato; curiosamente los dos alumnos más mayores y ninguno de ellos libanés)

Entre la profesora y yo explicamos lo que es un sindicato. Una de las preguntas que nos hicieron fue que si ayudan a buscar trabajo, alguien citó las agrupaciones profesionales, tipo Colegio de abogados o de licenciados en Filosofía y Letras (por influencia francesa, aquí se llaman syndicates a las organizaciones patronales). Al explicarles que un sindicato no es esto, sino una asociación integrada por los trabajadores asalariados en defensa y promoción de sus intereses laborales, con respecto al centro de producción o empleadores, se quedaron casi pasmados y me miraron con extrañeza...

En ese mismo momento comprendí muchas de las cosas que pasan en este país.

Y sentí mucha indignación.


lunes, 4 de septiembre de 2017

Otra vez Líbano

He escrito este texto en un cuaderno con boli durante el viaje Madrid-París-Beirut (no hay vuelo directo) de regreso tras el verano, en el día del Eid al Adha.

Estas vacaciones han servido para volver a comprobar lo que verdaderamente significa la sociedad capitalista regida por la regla aúrea: quien posee el oro, hace la ley para beneficiarse de ella.

Unos asuntos personales heredados de parientes ya fallecidos hace un tiempo, me han puesto en evidencia que las organizaciones estatales -por mucho barniz democrático que se autoadjudiquen- son estructuras creadas por las élites dominantes desde hace siglos para servirse de la población, especialmente la asalariada por cuenta ajena, a la que nos dejan unas migajas que nos crean las ilusiones de libertad e igualdad, que no existen salvo que tengas dinero para pagarlas. De fraternidades no digo nada, que me da la risa...

También he aprendido que el mundo empresarial es sencillamente asqueroso y que en este país que algunos se empeñan en defender ciegamente (Ejjpaña), un narcotraficante con dinero tiene casi todo ganado ante las instituciones que nos gobiernan frente a cualquier obrero/a que viva de su salario, por mucha cualificación intelectual o académica que éste/a tenga.

Mientras escribo esto, hacemos cola cinco aviones para despegar. Algunos pasajeros del mío se indignan porque hay aviones que han llegado después a la cola en las pistas, pero despegan antes que nosotros. ¿Estulticia de consumidor?

Me da tiempo a ver un enormísimo avión chino, que vuela lentamente, casi dan ganas de empujarle... Después sale un Ryanair, que parece un mosquito al lado del chino, despegando casi en vertical y rápidamente, con mucha agilidad. Otro de Iberia y ya nos toca.

Por cierto, estoy harta de la Air France. Se ve que el concepto Legalité no forma parte del ideario de esta compañía.

En el mostrador de facturar (Barajas, T2) me dicen, de ciertas malas formas, que debo pagar 30 euros extra por el asiento de París a Beirut, que les consta que no he abonado. ¿Ehhhhh? Resulta que al hacer el checkin por internet, Air France me asigna unos asientos concretos para ambos vuelos y en la web no aparece ninguna información sobre si son más caros o no. Yo cliqué en CONTINUAR tan tranquila.

Me quedo muy sorprendida y le digo a la azafata que no puede ser, que yo ya pagué mi billete hacía meses y que no había ninguna indicación de abonar nada más al hacer el checkin on line. Su respuesta fue la siguiente O paga usted el asiento o le quitamos la plaza en París.

Naturalmente no pagué y me fui derechita a poner una hoja de reclamaciones en otro mostrador. Ahí, otra persona me confirma que efectivamente les consta que no he pagado ese suplemento, porque el asiento que ellos mismos me han dado es más caro y llama por teléfono a Reclamaciones, para escuchar una voz masculina joven con acento francés que me dice, por tercera vez, que debo 30 euros pero que mejor espere a pagarlos en París.

Así que rellené mi hoja de reclamaciones explicando todo esto y bastante cabreada, porque el tiempo de trasbordo para subir al avión de Beirut es más bien escaso y el tamaño del aeropuerto Charles de Gaulle hace que la T4 de Barajas parezca una patera. Me temo lo peor, o sea, perder el enlace a Beirut, que a algunos conocidos ya les ha pasado.

Mientras volamos cruzando sobre la Sierra de Somosierra se aprecian perfectamente las siguientes peculiaridades geográficas:

•    la cantidad de piscinas que hay en todas partes,
•    los estragos que han causado los incendios: hay muchas más calvas que vegetación,
•    la sequía plasmada en la gruesa cinta blanca de las orillas de los pantanos de El Atazar y Riosequillo,
•    los campos de trigo ya segados en la Meseta Norte, con cambios de color en la tierra matriz,
•    la forma de las parcelas de cultivo y lo que contienen: viñedos, cereales, etc., los eriales y los bosquecillos, los caminos, las carreteras.

Por eso me gusta volar de día. ¡De hecho, me encantaría volar a esta altura por todo el mundo, para apreciar todos sus paisajes!

También estas vacaciones hemos debido tomar decisiones muy importantes para mi tribu particular. Si el Universo no se opone, el curso que viene (2018-19) seguramente esté de regreso a mi vida habitual en Madrid. Durante todo este tiempo han pasado cosas, algunas muy buenas, otras horribles y tengo que pensar en la readaptación...

Mientras, un pasajero amable nos enseña el Desfiladero de Pancorbo ahí abajo.

¡Ya empezamos con las turbulencias! No puedo seguir escribiendo porque he descubierto que me marean mucho.

Ahora sobrevolamos Donostia. Se ve perfectamente el Ratón de Guetaria y la playa de Zarautz. También más sitios que no soy capaz de identificar. El mar está azul, precioso y tranquilo. Mal día para surfear.

Es curiosa la experiencia esta de volar tan a menudo. Hay viajes que resultan buenísimos porque no sucede nada extraordinario, independientemente de la clase o compañía por la que hayas pagado. En otras ocasiones todo parece conjurarse para joderte la marrana, como me sucedió en junio, cuando hasta tuve una discusión con un gilí de seguridad, por culpa del retraso del avión Beirut-París, en la que el citado sacó a relucir la Igualdad como valor francés al pedirle yo, por favor, que me dejara pasar en la cola de control de pasaportes, ya que sólo quedaban veinte minutos para el despegue y aún debía cruzarme todo el CDG, que es mú grande, mú grande. Pude pasar gracias al jaleo que le montó al gilí la gente de la cola, cuando enseñé el billete para demostrar que no pretendía colarme.

Otras veces las cosas empiezan muy mal, como en este viaje, pero luego parece que se enderezan y pasan cosas buenas, como el ratito de conversación con la pasajera de al lado hasta llegar a París o que finalmente, NO he tenido que pagar nada más por mi asiento hasta Beirut.

Mientras volamos por encima de Innsbruck nos traen un aperitivo. No veo nada porque hay un mar de nubes debajo del avión. Pero, aunque hubiera estado despejado, tampoco habría visto nada: el asiento dichoso ese que se supone que me costaba 30€ más está justo sobre el ala que me tapa todas las vistas. Eso sí, puedo ver la cara oculta de las nubes, que a veces son pura niebla y a veces son como una alfombra de merengues. Ahora la comida, que no está mal. Nunca espero comer en el avión como en casa, así que me suelo conformar con lo que me dan.

Hace mucho frío en este tramo del vuelo, a pesar de taparme con la mantita que nos entregan al sentarnos, de modo que me pongo a ver una peli en inglés, para distraerme, practicar un poco y que se me olvide esta parte tan rollo del viaje. Además, las turbulencias (ya estamos sobre Rumanía) siguen y no nos dejan ni levantarnos del asiento ni desabrochar los cinturones. Creo que me voy a dormir...

¡Ya se ven las luces del Líbano! Es perfectamente distinguible este país desde el aire: está todo iluminado, a pesar de los problemas de energía que tienen aquí.

Mejor me preparo para bajar y empezar esta parte del año aquí bien alerta.