jueves, 26 de febrero de 2009

Cerámica califal andalusí








Al norte de la provincia de Córdoba, en un lugar que tiene como topónimo Castillo y después de un chaparrón que limpió bien el terreno, hallamos superficialmente estos fragmentos cerámicos, muy pequeños (no superan los cinco centímetros de dimensión máxima). Se caracterizan en el exterior por un vidriado melado clarito y en el interior por una engalba blanca decorada con verde de cobre y morado oscuro de manganeso, conocida como decoración con verde y manganeso; el interior no está siempre vidriado. Son muy característicos de Medina Azahara, pero también se localizan en otros lugares, como este caso. La engalba es una técnica decorativa usada desde la Antigüedad que consiste en aplicar a la pieza un engobe blanco muy diluído, sobre el cual se esgrafían los motivos. Una vez realizado se baña con un vidriado plúmbico transparente. En Al Andalus se utiliza sobre grandes platos o ataifores y los colores para decorar son el verde y negro manganeso principalmente.


Lo mejor, además de ser tan reconocibles, es su capacidad de datación por su peculiar encuadre cronológico, ya que comienzan con el califato andalusí, perviven con los primeros taifas, decaen con los almorávides y desaparecen prácticamente con los almohades, por simbolizar el lujo y la riqueza contra el que ellos lucharon significativamente. Como puede verse, no son piezas relevantes por su forma, ya que están tan fragmentados que dificilmente puede llegar a establecerse su tipología, aunque muy probablemente se trate de platillos o ataifores. Lo que importa de ellos es que indican la presencia de personas con la suficiente capacidad económica como para incluirlos en su ajuar doméstico y que vivieron durante la etapa citada.


Es decir, que en contra de lo que mucha gente piensa aún, el estudio de la Historia a través de los restos materiales no consiste en localizar piezas espectaculares, sino en dar un sentido a los hallazgos en su contexto, aunque sean unos humildes cachitos, como estos de aquí.

5 comentarios:

  1. Ufffff, anda que no hay pequeñas tablillas que nos han descubierto mundos...

    Creo que uno de los momentos más intensos que he vivido al respecto de los restos arqueogicos (te lo cuento porque se que eres una enamorada de Siria) fue en Ebla. Cuando llegamos (eramos 5 personas) no había nadie y teníamos el yacimiento para nosotros. Con todo el respeto del mundo, pero metiéndonos en todas partes, buceando, indagando. De repente vi un trozo de vasija en el suelo y empecé es excarvar con las manos (ya sé, mal sin la instrumentación necesaria y "ensuciando" el lugar)y encontré otro trozo. Mis compañeros vinieron a ayudarme y entre todos al final casi construimos la vasija completa. Increble pero cierto!!! Fue un auténtico subidón. Evidentemente lo dejamos todo depositado en el suelo pero pensar en que aquello podía tener mil o dos mil años era increible.
    Fue una experiencia única... y fíjate, eran piezas pequeñas....

    Un besote,

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  2. Bueno, hay que andar con cuidado en este asunto, porque en el momento en que "se hace un hoyo", se está rompiendo el contexto de la pieza, que es igual de importante o más incluso. Aunque no lo parezca, hay mucha información que se debe leer en el yacimiento, en cuanto a la posición, la distribución, las estructuras, el modo en el que está colocada, los restos de polen, microfauna, etc. etc. que pasa desapercibida a ojos inexpertos, pero que está ahí y debe ser registrada.

    La parte peor es que a la vez que se excava, se destruye y todo lo que no se ha documentado se pierde irremediablemente. Es la tragedia de la arqueología.

    ¡¡Y no me pongas los dientes largos con la visita a Ebla...!!!

    Aysssss, que no pude ir, ni tampoco a Mari ni a los yacimientos de la ribera del Eúfrates, ni siquiera a Ugarit.

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  3. “[En el estudio de al-Andalus] hace veinte años… los textos cronísticos dominaban la labor del historiador y todo lo restante, cuando existía, era subsidiario. En nuestros días, en cambio, un fragmento de cerámica puede decirnos mucho sobre las gentes que lo fabricaron, usaron o distribuyeron” (Eduardo Manzano Moreno, “Conquistadores, emires y califas”, Crítica, 2006, pág. 16) o incluso de las personas que las usaron.

    Confirmas y glosas plenamente lo que escribe el maestro, oh raks, pues esos tiestos pequeñitos en un hisn de la cora de Fash al-Ballut nos dicen tanto como las descripciones de Idrisi o al-Razi de la comarca, e incluso nos permiten profundizar mucho más en ese fascinante pasado que sólo si se contase con las fuentes textuales.

    Documentos del siglo XIII citan un “Castillejo de las Angosturas de Elada” (Angostura define plenamente el cañón que labra el río Guadalcázar -curioso nombre- a sus pies), pero, excepto su nombre, nada más se conocía de él, ni siquiera dónde estaba concretamente. Sin embargo, estos tiestos a los que un tractor de cadenas y una hacendosa familia de tejones sacaron a la luz nos dicen mucho de su dueño, del lugar, de la administración territorial andalusí, de sus recursos, comunicaciones… Esto es historia, unos humildes y fragmentados trocicos de cerámicas (que no toda la Historia han de ser yacimientos mediáticos tipo Atapuerca).

    Saludos.

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  4. Uys, lo siento, no salió la firma arriba. Es de servidor, Juan Sibúlquez. Sorry.

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  5. Guadalcázar: guadí no significa en árabe río, sino el valle fluvial por el que discurre el cauce de agua, de manera constante o estacional (como las ramblas); alcázar viene de al qasr, es decir la fortaleza.

    Nos encontramos con que el nombre Guadalcázar es la suma de:

    guadi + al + qasr

    Esta construcción se llama idafa en árabe y vendría a significar el valle del castillo.

    Un beso, juan sibúlquez.

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Gracias por el apunte.